Sobre la estantería estaba la vieja foto de lo que fue el último verano de Sam, mi vecino, aquella persona la cual saludaba todas las mañanas antes de ir a clase y quien me decía que tuviera cuidado siempre que salía con mis amigas. Sam no fue el típico vecino plasta, sino un tercer abuelo. Mis abuelos fallecieron cuando yo apenas tenía uso de razón, lo que hizo que a él le tuviera un cierto aprecio.
Cuando mis padres me dieron la noticia de que Sam había fallecido casi no me lo creía... ¡Era imposible! Esa misma mañana estuve hablando con él sobre lo complicado que lo tenía el equipo de baloncesto femenino del pueblo para ganar el campeonato regional que se disputaba esa tarde.
Horas más tarde, entró mi madre en mi cuarto mientras yo leía el final de uno de tantos libros que tengo en la repisa y posa sobre el escritorio la figura de un lazo rojo, igual a la que tenía Sam en su comedor con una carta que decía: "No te quería preocupar cielo, llevo enfermo varios meses, pero tenía la necesidad de pasar el tiempo que me quedaba aquí feliz y sin preocupaciones, estaré siempre contigo gracias a este lazo, te quiero"
